Ocurrió en Gallipoli, en el encantador Salento. Un hombre se coloca detrás de un murete en la playa, sombrero blanco de pescador, bañador celeste, y decide dedicarse a un momento de intimidad consigo mismo. El detalle que ignoró: era pleno día, la playa estaba concurrida y alguien lo estaba grabando con su móvil.
El video termina en redes sociales. El acto —falto de conciencia y aún más de discreción— se vuelve viral en cuestión de horas. La policía interviene, identifica al protagonista: 76 años, nombre reservado, pero una multa bien concreta de 10.000 euros y una denuncia por actos obscenos en lugar público. Un precio elevado por un instante de desconexión con la realidad.
La pregunta es inevitable: ¿dónde quedó el autocontrol, la capacidad de contener los impulsos en espacios comunes? Cualquier profesional del bienestar lo sabe: gestionar las emociones es una habilidad esencial, y no se improvisa a los 76 años. Terapeutas, coaches, formadores personales trabajan a diario para enseñar justamente eso: la diferencia entre sentir y actuar.
No se trata de moralismo, sino de responsabilidad. El verdadero bienestar no es satisfacción inmediata, sino la capacidad de elegir cómo, cuándo y dónde expresarse. La masturbación no es un delito ni un tabú... pero tampoco es un derecho público. Un profesional serio habría ofrecido alternativas más sanas y discretas para conectar con el propio cuerpo —sí, incluso junto al mar— pero sin pasarse de la raya legal.
Y luego están las redes sociales, que hoy funcionan como tribunal emocional global. Un gesto privado convertido en espectáculo público, un error amplificado hasta el ridículo digital, y un ejemplo perfecto de cómo se pierde la noción de uno mismo en un segundo.
El bienestar es una elección, no una excusa. Y quienes trabajamos en este campo lo sabemos bien: nuestra labor es ayudar a distinguir entre libertad y falta de juicio, entre impulso e intención. No todos buscan a un profesional del bienestar... pero hay videos que nos recuerdan que nos hace falta, y mucho.