Las personas bipolares no son conscientes de su condición.

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Una relación o una compra impulsiva puede parecer un golpe de genialidad, pero también puede ser un síntoma de una fase maníaca.


En los últimos años, el término “bipolar” ha pasado de ser un diagnóstico clínico a una expresión común en conversaciones cotidianas. Sin embargo, usarlo a la ligera para describir simples cambios de humor banaliza una condición médica seria, compleja y profundamente incapacitante si no se trata adecuadamente. El psiquiatra y experto en adicciones Xavier Fábregas aporta claridad sobre este trastorno que, lejos de ser una moda pasajera, afecta de manera significativa la vida de quienes lo padecen.

El trastorno bipolar se caracteriza por la alternancia entre episodios depresivos y fases maníacas o hipomaníacas. Esta oscilación entre ánimos extremos es precisamente lo que dificulta su diagnóstico. Mientras que la fase depresiva se puede confundir con una depresión común, la fase de exaltación suele pasar desapercibida porque la persona no se siente mal, sino energizada y feliz, lo que reduce las posibilidades de acudir al médico en ese momento.

Fábregas insiste en que el verdadero trastorno bipolar no tiene nada que ver con cambios emocionales reactivos al entorno. Las fases maníacas se manifiestan con una necesidad reducida de sueño, hiperactividad, toma de decisiones impulsivas y una visión distorsionada de la realidad. Estos episodios pueden durar semanas y generar consecuencias graves, tanto personales como profesionales. Un paciente, por ejemplo, puede tomar decisiones financieras arriesgadas, como comprar una casa sin evaluar riesgos, convencido de que puede con todo.

Y aquí es donde el trastorno deja de ser un asunto interno para tener consecuencias externas. Tomar decisiones que comprometen el patrimonio o el rumbo vital de una persona, sin conciencia de estar descompensado, debería ser un foco de alerta. El trastorno bipolar puede camuflarse detrás de una aparente euforia productiva, y por eso se vuelve tan peligroso.

Un paciente, por ejemplo, puede tomar decisiones financieras arriesgadas, como comprar una casa sin evaluar riesgos, convencido de que puede con todo.

En cuanto al tratamiento, el enfoque médico combina estabilizadores del estado de ánimo, antidepresivos y antipsicóticos según la fase en la que se encuentre el paciente. No se trata simplemente de “bajar” o “subir” el ánimo, sino de estabilizar el ciclo para evitar recaídas. El riesgo de no tratar adecuadamente una fase es caer en lo que los expertos llaman “viraje de fase”: pasar de una depresión profunda a una exaltación peligrosa por efecto del medicamento mal administrado.

El diagnóstico debe ir más allá de la sintomatología y considerar el contexto familiar, social y laboral. El entorno tiene un papel fundamental en la detección y el apoyo. En ambientes laborales, por ejemplo, donde se toman decisiones constantemente, es clave que los compañeros o superiores reconozcan signos de descompensación para actuar a tiempo. La información y la empátía pueden prevenir consecuencias mayores.

Uno de los mayores peligros sigue siendo la estigmatización. Llamar a alguien “bipolar” como insulto o burla contribuye a la desinformación y al rechazo social de quienes necesitan ayuda. “Es tan simplista como decir ‘estoy depre’ sin saber qué es realmente una depresión clínica”, señala Fábregas. Este tipo de frases refuerzan mitos y generan una percepción distorsionada de lo que en realidad es una condición seria, a veces incluso mortal.

Salir de una fase maníaca o depresiva no es fácil ni inmediato. Muchas veces se requiere hospitalización, supervisión continua y cambios profundos en el estilo de vida. Fábregas subraya que el sufrimiento del paciente es real y que no actúa desde la voluntad, sino desde una percepción alterada de la realidad. “No se trata de delirios como creerse Napoleón”, afirma, “pero sí de un sentimiento de omnipotencia que puede llevar a perder el control por completo”.

El llamado de los especialistas es claro: debemos dejar de usar términos clínicos como muletillas y comenzar a hablar de salud mental con el respeto, la precisión y la seriedad que merece. Porque un diagnóstico no es un adjetivo, y la vida de muchas personas depende de que lo entendamos a tiempo.

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