En una era en la que las relaciones se forjan cada vez más a través de medios digitales, el caso de una mujer francesa de 82 años que decidió mudarse a Costa de Marfil para convivir con un hombre 54 años menor, a quien conoció por internet, plantea interrogantes inéditos sobre autonomía, posible abuso emocional y límites institucionales.
El actor secundario en esta historia es Xavier, su hijo de 61 años, que desde hace meses solicita apoyo a autoridades francesas e internacionales. Aunque apenas mencionada en los medios, la situación expone un conflicto entre derechos individuales y protección del adulto vulnerable fuera del espacio europeo.
Según el relato del hijo, su madre, viuda y con problemas de salud y movilidad, conoció online a un joven de 28 años. Tras varios meses de relación virtual, decidió dejar Normandía y volar a Abiyán, capital económica marfileña. Desde entonces, mantiene escasas comunicaciones: fotos donde sonríe pero luce debilitada, relatos confusos de desmayos y olvidos, y expresiones de afecto hacia su pareja.
Según el relato del hijo, su madre, viuda y con problemas de salud y movilidad, conoció online a un joven de 28 años.
La ambivalencia jurídica de la libertad individual en la vejez
El eje legal de este caso escapa a lecturas moralistas: Marie-José, así se llama, no tiene ninguna interdicción judicial, ni ha sido sometida a tutela. Legalmente, conserva plena capacidad de decisión. Por tanto, incluso ante indicios de manipulación o explotación, ni la justicia francesa ni el cuerpo diplomático pueden actuar de forma coercitiva.
De acuerdo al hijo, ya se han archivado dos investigaciones por falta de pruebas de delito. La pensión mensual de su madre, unos 3.000 euros, se transfiere regularmente a cuentas extranjeras. En pocos meses, las pérdidas sumarían más de 100.000 euros. Sin embargo, sin denuncia expresa de la interesada, quien reitera que se trata de una elección legítima, no puede procederse judicialmente: “Estoy enamorada, soy adulta, tengo derecho a ser feliz”.
El caso revela una carencia en el abordaje de relaciones marcadas por dinámicas asimétricas en territorios jurídicamente poco accesibles. En ausencia de delito, la intervención oficial se limita a funciones de mediación o asesoría.
Mientras tanto, Xavier archiva cada mensaje y dato útil para reconstruir el panorama. Habla de un abandono institucional. La madre ha cortado casi todo contacto; no asistió a la boda de su nieta ni envió felicitaciones en Navidad. Indicadores emocionalmente potentes, pero jurídicamente irrelevantes.
“Estoy enamorada, soy adulta, tengo derecho a ser feliz”.
A nivel consular, la respuesta ha sido pragmática: “Cuando se le acabe el dinero vendrá a la embajada”, habría dicho un funcionario. Una visión dura, pero que refleja un patrón habitual ante situaciones fuera del alcance europeo.
En resumen, el caso de Marie-José no es una rareza, sino un síntoma de cambio. Las relaciones transnacionales aumentan, incluso o especialmente en la vejez. El límite entre libertad y abuso, entre amor e interés, sigue siendo difuso. Y en esa zona gris ni la ley ni la diplomacia están hoy preparadas para dar respuestas claras.