Una mujer gravemente herida, un hombre de origen norteafricano arrestado por intento de homicidio, y una ciudad entera paralizada por la conmoción.
Ayer lunes por la noche como cualquier otro. Pero Gravellona se vio sacudida por un acto de violencia que rompió la calma y dejó al descubierto el rostro más oscuro del desequilibrio humano. A las 20 en punto, en Corso Insurrezione, un hombre convirtió su Fiat 500 en un arma, lanzándola a toda velocidad contra las mesas del bar Antica Caffetteria.
Allí, sentados e indefensos, una mujer de 51 años y su pareja. Ella, ahora, se debate entre la vida y la muerte en el hospital.
El protagonista de esta locura es un hombre de 41 años, residente en Vigevano y de origen norteafricano. Entró al bar como un cliente cualquiera, pero tras beber varios vasos de sambuca, su actitud se tornó agresiva. Cuando la dueña del local —una mujer de origen chino— intentó pedirle que se marchara, él respondió con un puñetazo directo al rostro.
Los clientes y el esposo de la propietaria intervinieron, lograron contenerlo y lo echaron del lugar.
Pero no terminó ahí. Pocos minutos después, el hombre regresó. Se subió a su auto, expulsó a la mujer que estaba al volante —probablemente su pareja— y retomó el control del vehículo. Arrancó a toda velocidad, directo hacia el bar. Unas quince personas estaban aún en la terraza. Algunas lograron huir, pero la mujer de 51 años y su compañero no tuvieron tiempo: el coche los embistió y luego rompió la puerta del local.
Una escena digna de una pesadilla. El conductor bajó, observó a la mujer herida… y huyó. Se escondió en una obra en construcción cercana, pero varios ciudadanos —valientes, decididos— lo siguieron y lo entregaron a los carabineros. Mientras tanto, frente al bar, el ambiente se volvía cada vez más tenso: rabia, miedo, incredulidad. Estuvo a punto de ser linchado. Fue detenido y trasladado a la comisaría. La acusación: intento de homicidio.
Gravellona se detiene. Y este ya no es solo un hecho policial: es una señal de alarma. ¿Dónde termina el diálogo, la prevención, los servicios sociales? ¿Cuál es el papel de los profesionales del bienestar, de la salud mental, de la seguridad urbana?
Y cuando el malestar se manifiesta de forma tan brutal, ¿podemos seguir fingiendo que el problema es ajeno?
La ciudad reflexiona. Y quizás, el país debería empezar a escuchar.