Madrid en sombras: La emergencia no borra lo que somos. Lo revela.
El pasado lunes, Madrid vivió algo más que un fallo eléctrico. Durante varias horas, la ciudad se convirtió en una versión silenciosa de sí misma. Semáforos apagados, túneles clausurados, estaciones sin servicio y una ciudadanía enfrentada a un reto tan impredecible como real: cómo volver a casa cuando todo lo demás se detiene.
Lo que ocurrió en esas calles oscuras no fue solo tráfico y caos. Fue una radiografía de comportamientos, decisiones y prioridades. Y los taxis, más que nunca, fueron escenario y protagonistas de historias que merecen ser contadas.
“Parecía que habían vuelto los años 70”
Verónica, taxista con 15 años de oficio, lo resume así: "Jamás vi nada igual". Lo que más le impactó no fue el colapso en sí, sino la reacción de la gente. Folios escritos a mano con destinos como si fueran carteles improvisados de autostop: de Embajadores a Móstoles, de Plaza de Castilla a Alcobendas. Gente pidiendo ayuda con los medios que tenía: papel, tinta y paciencia.
"Parecía que había regresado el autostop de los años 70", afirma. Y no lo dice con nostalgia. Lo dice con asombro.
Decisiones difíciles: entre el taxímetro y la conciencia
En una ciudad que mide todo en minutos, metros y tarifas, muchos profesionales del volante se encontraron ante una elección poco común: seguir el protocolo o escuchar al sentido común. Verónica lo vivió en carne propia. Un matrimonio de ancianos le pidió llegar al hospital para conocer a su nieto recién nacido. En apenas 400 metros, el taxímetro marcaba 22 euros.
"Me dio cargo de conciencia. Les llevé de vuelta a casa y les cobré solo 10. Me parecía lo mínimo", cuenta.
Historias similares se repetían a lo largo del día. Algunos trayectos no llegaron a cobrarse. Una joven rompió a llorar al ver que no podía pagar: no había red, no tenía efectivo. El taxista le dijo que no pasaba nada. Otro profesional decidió detener el taxímetro en 70 euros mientras cruzaba Madrid con un pasajero mayor a bordo. "No me iba a hacer más rico por 30 euros más", explicó.
Cuando no hay manual, cada uno actúa según lo que tiene dentro. Y eso fue lo que salió a flote ese día.
Asturias en taxi: el plan B que se convirtió en plan A
En plena Castellana, una pareja de asturianos que había viajado a Madrid por trabajo decidió que volver a casa en taxi era mejor que no volver. Necesitaban garantías: depósito lleno, conductor dispuesto. Y encontraron a quien lo hiciera. Sin abusos, sin sobresaltos. Un viaje de casi 500 kilómetros sellado por una decisión lógica: la necesidad no espera a Renfe.
El otro lado: cuando aprovecharse del caos tiene tarifa propia
Pero no todas las historias fueron ejemplares. Varios taxistas coincidieron en señalar que, mientras ellos sorteaban el colapso, algunos VTCs trabajaban en contra de la ley. Recogían clientes sin contrato previo —algo expresamente prohibido— y aplicaban tarifas que multiplicaban el coste habitual de cualquier trayecto.
"Viajes de 10 euros pasaron a costar 100. Eso tiene un nombre que todos conocemos, aunque no todos lo digan en voz alta", comenta uno de los conductores.
El apagón dejó sin electricidad a la ciudad, pero también encendió debates que ya estaban sobre la mesa.
No era solo movilidad. Era humanidad.
Las gasolineras estaban cerradas. Los túneles bloqueados. Las líneas colapsadas. Pero el verdadero motor que mantuvo a flote a la ciudad ese día no fue eléctrico, sino humano. Un taxista que perdía dos horas y media en siete kilómetros, otro que se desviaba para que una familia pudiera llegar a tiempo al hospital, una comunidad improvisando soluciones en un escenario sin reglas.
Y sí, también estaban los que se aprovecharon. Porque la emergencia no borra lo que somos. Lo revela.
Cuando todo se apaga, lo que queda es el carácter.
Y el carácter no tiene tarifa. Tiene valores.