Una ciudad como Nueva York, no brilla por paciencia, donde cada segundo tiene el sabor del oro derretido, existe una figura singular que no corre contra el tiempo, sino que lo vende. Se llama Robert Samuel, y cobra hasta 38 dólares la hora por hacer lo que muchos odian: esperar en una fila. Lo que comenzó como una ocurrencia para ganar unos billetes durante el lanzamiento del iPhone 5, hoy se ha convertido en un negocio con más de una década de trayectoria y 45 empleados. Su empresa, Same Ole Line Dudes, no solo hace filas, sino que redefine el valor del tiempo en la era del deseo instantáneo.
Una idea nacida en la acera
Todo empezó en 2012, cuando Samuel trabajaba para AT&T. El iPhone 5 acababa de salir, y él decidió aprovechar la locura colectiva: publicó un anuncio en Craigslist ofreciendo hacer fila por otros. Un cliente lo contrató por tres horas, pero luego se echó atrás porque ya había hecho la compra online. Lejos de frustrarse, Samuel vendió su lugar en la fila por 100 dólares. Lo hizo de nuevo. Al final del día, había ganado 300 dólares por sentarse en una acera. Una epifanía empresarial al ritmo de notificaciones, cafés para llevar y frío otoñal.
Desde entonces, el concepto evolucionó de gig esporádico a una empresa estructurada. Hoy, Same Ole Line Dudes ofrece un portafolio de servicios que incluye esperar para comprar entradas de conciertos, acceder a ediciones limitadas de zapatillas o conseguir los célebres cronuts, esa deliciosa fusión entre croissant y donut que llegó a provocar colas de horas en Manhattan.
Un modelo de negocio hecho con paciencia
La lógica detrás del negocio es simple, pero poderosa: muchas personas desean productos o experiencias, pero no quieren –o no pueden– esperar. Y están dispuestas a pagar para que otro lo haga por ellas. Los precios comienzan en 25 dólares por hora y pueden llegar hasta casi 40. La tarifa mínima cubre dos horas, y hay suplementos según las condiciones: si llueve, nieva o hay temperaturas extremas, se cobra un extra de 3 dólares por hora. Las filas nocturnas suman otros 15 dólares y, si el encargo es de último minuto, hay un recargo de 20 dólares.
En temporadas como Navidad o durante el lanzamiento de productos muy deseados (como nuevas sneakers de colección), los precios también se ajustan al alza. En otras palabras: las filas también tienen sus picos de alta demanda. Y Same Ole Line Dudes lo sabe aprovechar.
Samuel no solo encontró un hueco en el mercado, sino que construyó una identidad de marca que conecta con las emociones más humanas: la impaciencia, el deseo, la ansiedad del “ahora”. Su empresa convierte la espera en un lujo que puede delegarse. Y lo hace con estilo.
Más allá de la fila. Una lección de observación
Robert Samuel tiene un consejo que parece trivial, pero encierra la esencia del emprendimiento exitoso: “Observa todo lo que te rodea. Cuando la gente se queje, piensa y mira si hay una solución”. Eso hizo él cuando escuchó a los neoyorquinos quejarse del tiempo perdido en filas. Donde otros solo veían fastidio, él vio una mina de oro.
Hoy, su empresa también cubre eventos con alta carga simbólica, como juicios mediáticos (sí, también hicieron fila para el juicio de Sam Bankman-Fried). La clave está en detectar dónde se concentra la atención social y estar ahí, en la acera, listo para intercambiar tiempo por dinero.
El negocio invisible del deseo
En una ciudad donde la moda y la exclusividad cambian cada semana, Same Ole Line Dudes se ha convertido en una presencia constante. Como recuerda Fortune, el flujo de trabajo nunca cesa. Siempre hay alguien que quiere algo, y alguien más dispuesto a esperar por él.
Pero más allá del caso concreto, la historia de Samuel nos enfrenta a una verdad casi filosófica: en un mundo donde todo corre, la paciencia también tiene precio. Y saber venderla puede ser más rentable que poseerla.
Lo sensorial de esta historia está en imaginar ese frío que se cuela por los huesos mientras cae una nevada ligera y tú, con gorro, bufanda y una silla plegable, esperas el lanzamiento de una edición limitada. O el aroma del cronut recién salido del horno, al final de una fila de dos horas. Robert Samuel entendió que muchas veces, lo que la gente quiere no es solo el producto… sino la experiencia sin la espera. Él la edita, la reduce, la pone en bandeja. Y cobra por ello.
En tiempos donde la inmediatez manda, Samuel nos recuerda que incluso lo más simple –esperar en una fila– puede transformarse en una startup exitosa. Solo hay que observar el murmullo de la ciudad… y saber cuándo sentarse.
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