Ese "empujoncito" en el bus… pudo costarte más de lo que crees

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Hay algo inquietante en la idea de que puedan robarte sin tocarte. Ni carteras abiertas a la fuerza, ni bolsillos cortados en un vagón atestado. Hoy basta con estar cerca. Un apretón más en el metro, una mano aparentemente inocente junto a la tuya en la barra del bar. Ni siquiera sospechas. Hasta que un día ves cargos minúsculos en tu cuenta: un par de euros por aquí, otro par por allá. Nada alarmante. Pero tampoco los hiciste tú.

Vivimos pegados al teléfono, a las tarjetas, a los relojes inteligentes. Las llaves de los hoteles, las identificaciones laborales, incluso los abonos de transporte... todo está ahí, emitiendo, escuchando, esperando una señal para responder. Ese es el terreno fértil de las tecnologías RFID y NFC: permiten comunicarse sin contacto, con solo acercarse.

Y ese es también el nuevo campo de caza del carterista moderno.

Sin manos, sin violencia, sin sospecha

En los trayectos diarios, los cuerpos se rozan. La aglomeración no sólo es incómoda, es el camuflaje perfecto. Un delincuente con un lector RFID/NFC en el bolsillo puede capturar la información de una tarjeta contactless sin que lo mires dos veces. No necesitan tu PIN. Basta con que el importe esté por debajo del umbral de seguridad, que en muchos países es 20 o 50 euros. Lo suficiente para pasar desapercibido y repetirlo con otros.

Lo mismo ocurre en los bares de moda. Piensa en esa escena: tú con tu copa, distraído por la conversación, mientras alguien te rodea con su abrigo, con su sonrisa, y sin que lo sepas, ya se llevó un escaneo de tu tarjeta. Dos, tres cobros en locales distintos. ¿Cuándo fue? ¿Quién fue? Nunca lo sabrás.

NFC y RFID. El lado incomodo de la comodidad

Estas tecnologías nos prometieron agilidad. Y es cierto: pagar sin sacar la billetera, abrir una puerta sin llaves, pasar el torniquete con solo caminar. Pero esa facilidad también tiene un precio: la exposición.

Las tarjetas contactless funcionan con chips que se activan al acercarse a un lector. Los dispositivos móviles (como tu smartwatch o smartphone) hacen lo mismo, pero suelen añadir una capa de protección: reconocimiento facial, huella dactilar, o PIN.

Los delincuentes lo saben. Por eso prefieren atacar las tarjetas físicas. Son más vulnerables. No necesitan autenticación. Solo cercanía.

¿Y entonces, qué haces?

La primera medida es aceptar que este tipo de robo existe. No es paranoia. Es previsión. Revisar tus extractos no es de viejos. Es de gente que cuida lo suyo. Las estafas contactless están creciendo, especialmente en grandes eventos, en ciudades con turismo masivo, en transporte público, en aeropuertos.

Tampoco se trata de volverse un ermitaño tecnológico. La solución no es esconder tus tarjetas bajo siete llaves, sino proteger su emisión de datos.

Hoy existen fundas y carteras con bloqueadores RFID. Un accesorio pequeño que puede evitarte muchos disgustos. Aislando la señal, impiden que los lectores externos accedan a tus tarjetas sin tu permiso. Su eficacia depende de la calidad del dispositivo que intenta leer, claro, pero en la mayoría de los casos, ofrecen una barrera sólida.

Y si usas pagos móviles, asegúrate de tener activada la autenticación biométrica. No dejes habilitado el NFC todo el tiempo. Apágalo cuando no lo uses. Cuida tu dispositivo como cuidarías una billetera con billetes reales. Porque eso es.

Finalmente: presta atención a tu entorno. No a todos los ladrones se les nota. Algunos huelen bien, sonríen, parecen turistas igual que tú. Pero la diferencia es que ellos no vienen por un café. Vienen por tus datos.

Revisa ahora tu dispositivo y considera un protector RFID para evitar ser parte de la próxima historia de robo invisible.
Porque a veces, lo más peligroso no es lo que se ve. Es lo que pasa... justo al lado tuyo.